sábado, 5 de febrero de 2011

Me encanta esa sensación de no tener ninguna obligación de hacer algo, la de no tener horarios. Dormir hasta que quieras, y que cuando te despiertes, abras la ventana y veas un sol reluciente en medio del inmenso cielo azul, bailar escuchando música sabiendo que nadie te ve y que va a ser un día genial. Poner una sonrisa nada más levantarte porque puedes hacer lo que tú quieras, sin estrés, relajada. Ver la vida en color. Divertirte. No entiendo para qué sirven los horarios, bueno en realidad sí para estar organizado, pero lo único que nos produce son prisas, estrés. Y con la prisa no te puedes dar cuenta de las pequeñas cosas, de lo que de verdad importa, pero cuando aparece alguien que te hace frenar, que te enseña a ir despacio, que te hace ver las pequeñas cosas, esas que de verdad importan, ves la vida mucho mejor, empiezas a ver el lado positivo de todas las cosas, y es ahí cuando te das cuenta de que el sol sale todos los días, que en el mundo hay un sitio para ti, que puedes llegar alto,  que hay personas a las que de verdad les importas, y que merece la pena frenar, aprender a ir despacio para disfrutar de la vida al máximo.

M.A.

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